martes, 4 de mayo de 2010

140. CENTRO PARROQUIAL EN ALMAZAN, Soria.

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Conocí a Javier Bellosillo Amunategui en una fría tarde de invierno de finales de los ochenta, siendo yo arquitecto municipal de Nájera. Estaba él de visita de obra en el Monasterio de Santa María la Real y sin tener apenas noticia del personaje que ya era o quería ser, me presenté en la obra para saber lo que iba a hacer allí (los proyectos del Patrimonio Nacional no pasaban por el Ayuntamiento/ doctores tiene la Iglesia). En la nave alta del claustro donde nos encontramos hacía un frío que pelaba. No recuerdo si él fumaba, creo que sí, pero lo que es seguro es que en mi recuerdo le veo aún con el aliento blanco, bien por el humo o la congelación, vestido con una pelliza marrón claro de las que se llevaban por entonces. Mientras yo titiritaba y me acurrucaba en mi anorak, él me hablaba pausadamente, con la pelliza semiabierta, de las excelencias de su Arquitectura o de la Arquitectura en general como si el frío no fuera con él. Rápidamente me di cuenta de que estaba chiflado, es decir, que sólo al calor de la chifladura de una religión se podía ignorar la gélida atmósfera en que se desenvolvía nuestra conversación.



Cuando se inauguró su obra en Nájera, nadie entendió para qué servía aquello y se empezó a llenar de polvo. Yo la solía visitar de vez en cuando con algún administrativo del Ayuntamiento para hacer unas risas sobre lo locos que podíamos estar los arquitectos o lo torpe y frívolo que era el Estado: sólo tras una empanada de lecturas se podía hacer una quijotada así; sólo una administración pública proclive ya al despilfarro podía pagar una cosa tan esperpéntica.


Con la polémica (mínima en estos casos), el personaje Bellosillo empezó a crecer, y por la prensa especializada supe que en Almazán había conseguido construir otra especie de locura arquitectónica, esta vez para la Iglesia: un centro parroquial en las afueras del pueblo.


Cuando fuí a verlo, en julio de 1997, era yo Decano del Colegio de Arquitectos de La Rioja y habían pasado una decena de años de aquella tarde con el arquitecto. Es decir, que aquella ternura con la que veía la chifladura de Bellosillo había empezado a desaparecer, y a lo que fui a Almazán era a ver sus productos, o sea, sus Cascotes.


 No hice muchas fotos porque los positivados en color de las cámaras analógicas eran caros, pero al menos conseguí captar la desolación del lugar, lo perdidas de escala que estaban aquellas pretenciosas esculturas arquitectónicas, lo sucios que estaban todos sus rincones, el nulo cuidado a que habían invitado, el chirriante contraste entre los viejos objetos religiosos y el tenebroso hormigón, la tontuna en la literalidad de las citas de Carlo Scarpa en un pueblo de Soria, etc. etc. Como viajé con mi mujer y mis hijas, no era cosa de dramatizar y preferí divertirme: poner la sonrisa de Rosalía entre la ruinas de “mi” Arquitectura o dejar que las hijas entendieran los edificios de Bellosillo como un parque infantil.



Lo divertido del caso, o aquí sí que debería decir lo dramático, es encontrar ahora a arquitectos que tratan de comparar un lugar así con la acrópolis de Atenas (será por la ruina...). Si queréis descubrir los secretos de la empanada de Bellosillo, es decir, la empanada de los arquitectos en general, nada como visitar esta entrada del blog del arquitecto catalán Jaume Prat. Pobres arquitectos. Son unos incomprendidos. Unos Quijotes.




Bellosillo murió muy joven (no es cosa de hacer chistes, pero si en todas las obras se olvidaba del frío como en la de Nájera...) y en la red he pescado un par de elogiosas necrológicas: la del COAM y la de ELPAIS, a cual peor.



Aunque inevitablemente ponga por aquí sus Cascotes en Almazán, cuando uno conoce de cerca a las personas no se puede dejar de sentir cierta ternura por la propia chifladura del género humano y por nuestra efímera condición.