martes, 20 de diciembre de 2011

207. MUSEO REAL DE TORONTO, CANADA.

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A cualquier Casa Real le puede salir un grano. No hay más que casar a las infantas con unos cualquieras, o mismamente, llamar a un arquitecto de fama mundial. Este cascotazo me lo envía una lectora de por aquí y yo encantado que lo pongo, porque no hay cosa que más me agrade que dar la razón a los lectores.


Como ya se habrán podido imaginar los expertos cascótidos, el sarpullido es obra del ingenio del tal Libeskind, que primero justificó el hacer un museo así en Berlín  para entender la opresión que sufrió el pueblo judío, pero luego se ve que le gustó la cosa y lo mismo la pone en un museo real que a la vuelta de la esquina.


Dicen los promotores del tumor que va a atraer mucho turismo a la ciudad, y no es de extrañar porque si a la gente le gustan las películas de terror ¿por qué no iba a gustarle ver las colecciones de paleontología de aquestas maneras?:


Gracias Cristina, y no os cortéis en mandarme edificios tan bonitos para este blog, aunque llevad cuidado porque con algunos como este os podéis cortar. Las manos. La vista. La respiración. O incluso el hipo y las ganas de comer.
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